El de la triste figura eres tú.

Resultado de imagen para caballero de la triste figuraLa misma historia de siempre, te levantas, desayunas mientras las noticias de fondo anuncian que no sólo el país, sino el mundo entero se está yendo derechito a la mierda, aunque claro, el atleta sobreviviente del cáncer para ir a los próximos juegos olímpicos rescata tu mañana, intentas digerir que no todo es lo debería ser,  te dispones a ir a quitar la suciedad de tu cuerpo, pero el sonido del celular no te deja acudir a la cita con la regadera con la celeridad deseada, abres los mensajes, todos de tu jefe, todos, te pide una, te pide mil cosas, muchas de ellas no van siquiera de la mano con tus funciones, se excede, te arruina el concierto que ya tenías planeando dar en la ducha, te apuras, te vistes a prisa y antes de que siquiera puedas darte cuenta ¡pum! ya estás de malas, igual que ayer, igual que antier, igual que siempre desde que aceptaste dedicarte a lo que te dedicas.

Corres porque de nuevo ya es tarde, ¿tarde? ¿tarde para qué? ¿para ir a la oficina, esa que tanto odias?, te resignas y te subes al metro, el cual, ya por la hora ni siquiera va lleno, agradeces que por lo menos te tocó asiento libre, y en el transcurso piensas ¿ahora qué les invento a éstos para que no se den cuenta de la flojera inmensa que me da venir? Y justo cuando tienes la idea perfecta, el metro se detiene por 10, tal vez 15 minutos, ¿ya para qué me preocupo? -piensas-, por fin empiezas a avanzar, casualmente tienes señal y el único mensaje que te llega, sí, es tu jefe, te pregunta si te puede marcar y tú entrando en pánico de que se dé cuenta lo tarde que vas, atinas escribirle que te permita regresarle la llamada en unos minutos, prefieres que piense que te agarró en el baño- pues conoce de tus enfermedades gástricas- a que note que eres más impuntual que el amor en la vida de las viejas luchonas.

Por fin atraviesas las trabas físicas burocráticas que se interponen en tu registro de ingreso a la oficina, llegas 45 minutos después de la hora acordada, sudando y con el alma muerta, cruzas los grandes patios de la dependencia gubernamental en la que ahora tristemente desempeñas tus labores, dibujas una gran sonrisa en tu rostro al ir saludando a todo aquel que has conocido a lo largo del año que llevas es ese lugar, finges aflicción por el retraso, te disculpas, y tu amable compañerito te sonríe y te dice que no hay problema que a él mismo se le hizo tarde, pacta tácitamente contigo que tu jefe nunca se enterará que has dejado de ser el primero en llegar. ¡Qué alivio!

Comienzas a revisar correos y ya no sólo es tu jefe, ahora es el cliente, el más molesto en la historia de los clientes, el único del que dependen tus ingresos extras, ese que no paga, ese que les debe meses de facturas; abres uno, dos, seis correos con solicitudes diversas, te dispones a responder, sintiendo rabia porque desde que llegó a tu vida odias tu trabajo, nuevamente te resignas, atiendes una a una sus peticiones, aun y cuando no has recibido el mejor trato de su parte- como esa vez que te acusaron de vender información, o qué tal aquella en la que insinuaron que no trabajabas para sus intereses, y como olvidar cuando llenó de chismes a tu jefe- sabes que de cualquier modo el trabajo debe de salir.

En nada se parece lo que estás viviendo ahora a tu situación de un año atrás, dos años atrás, reconocimientos de varios clientes- hasta regalos te llevaban ¿te acuerdas? – de tu jefe, del jefe de tu jefe, si, si, si, era menos dinero, pero más felicidad, hoy ya ni el aumento te hace sonreír por las mañanas, y te preguntas ¿qué estoy haciendo aquí? Esto no me satisface, y recuerdas que pensabas que este proyecto te iba cambiar la vida, sí, pero nunca pensaste que sería de este modo, y luego reflexionas ¿será que te estas quejando demasiado? Nadie te obliga a permanecer donde estás, ¿será que sólo estas buscando pretextos para hacer cintas de odio al más puro estilo de “13 reasons why” ?, ¿será que sólo es aburrimiento? Es mucha introspección para meditarla con el estómago vacío, así que preparas tus cosas y te vas a comer. La convivencia con tus amigos te ayuda a despejar la mente y te replanteas si es que vale la pena todo lo que estás sintiendo o sólo estas en una de esas crisis existenciales de los treinteenagers.

En tu loco afán de romper el paradigma del millennial desadaptado y contestón, es que resistes casi estoicamente en un trabajo estable, seguro y mejor pagado que muchos, mejor así que ser uno más de los freelancers que no saben si tendrán para la renta el próximo mes- te repites-  pero a la vez te acuerdas de tu amiga la que vive al límite y sólo por pequeño instante envidias su capacidad de valer madre y no morir en el intento.

Pasan las horas, el mal del puerco, y en un momento de revelación concluyes que basta, basta de quejas y malos humores, te pones a excavar en la web, pasas por OCC, Linkedin, vaya hasta en computrabajos, ya seleccionaste cuidadosamente los lugares donde enviarás tu curriculum, bueno, hasta calculaste el tiempo que harías de tu casa hasta el nuevo trabajo, mandas los correos, traduces tu historial, haces todo lo que puedes por dejar de ser infeliz en tu trabajo, porque vale la pena, ahí pasas y pasarás la mayor parte de tu vida. Ahora sólo queda esperar.

Miras el reloj y ya son las 16:30, sabes que en poco más de una hora podrás irte a casa, y la ansiedad te invade, sabes que no estás aprovechando tu tiempo, y te desesperas porque quisieras estar haciendo otra cosa, y meditas en que quizá sólo es depresión, pues sabes que mucha gente quisiera tener tu posición, y te sientes malagradecido con lo que tienes, pero no importa, hoy vas al yoga.

Buscas en internet y te das cuenta que existen estudios – uno de ellos realizado por Gallup, organización con sede en Washington D.C.- según los cuales únicamente cerca del 13% de los trabajadores se encuentran comprometidos con su trabajo, lo cual se traduce en un sentido de pasión por su empleo y por ende en innovación e impulso para su empleador, contrastando con cerca de 63%  que no siente ese nivel de compromiso, y que dirigen poca energía al desempeño de sus labores y más aún con el 24% restante que prácticamente odia su trabajo, y para quienes el trabajo es más una fuente de frustraciones que de satisfacciones. México ocupa el último lugar en satisfacción laboral en América Latina, pues sólo 12% de los empleados se dice satisfecho, 60% están medianamente conectados, mientras que el 28% prácticamente odia su trabajo.

Después de leer aquellas cifras sientes que no estás sólo, que te acompaña 28% de la población económicamente activa de tu país, y te resignas a saber que el de la triste figura eres tú.

Continuará…

Dulcinea del Toboso.